Una vez nos hubimos repuesto del trance de nuestra última aventura, nos dispusimos a retomarla donde la habíamos dejado. Volviendo sobre nuestros pasos retornamos al lugar donde se produjo la contienda con el corpulento orco, no sin antes tomar innumerables precauciones. Es curioso lo cauto que se vuelve un grupo de aventureros tras un descalabro semejante. Creo que el hecho de que hayamos vivido esta experiencia nos ha permitido madurar a todos, y a la vez me ha permitido hacerme un poco más sabio. ¿Será este el camino que tengo que recorrer para encontrar al agresor de mi padre? ¿Superaré todos los obstáculos del destino antes de que la verdad me sea revelada? Solo el tiempo lo dirá.
Al llegar examinamos el lugar en busca de posibles pistas que nos permitiesen continuar con la investigación, y sí fue como Sephien encontró lo que andábamos buscando: la carreta de Corwyn. Las ruedas estaban varadas en el barro y se veía como el eje se había partido en dos, pero no parecía haber rastro del forajido. ¿Habría sido atacado también por los bandidos? La respuesta nos llego del mismo barro, en forma de huellas. Según la exploradora, el Melvontés tras el accidente fue acompañado por un grupo de unos seis humanos en una actitud en la que no se reflejaba violencia. Así pues nos limitamos a seguir el rastro que tan generosamente había dejado nuestra presa (me encanta la cacería…). Medio día de marcha después encontramos un gran campamento, claramente el centro neurálgico de los bandidos humanos. Situado en un entorno de cuevas naturales y custodiadas por una alta torre de vigilancia, el lugar era un tráfico constante de personas y mercancías, como si de una gran metrópoli se tratase: Materiales robados en saqueos, procesiones de esclavos y continuos cambios de guardia. Pese al ajetreo y a que todos los “habitantes” parecían ocupados, se percibía una gran tensión en el ambiente. Los bandidos estaban claramente divididos en dos grupos, uno de humanos y otro de orcos. Se miraban, se zaherían y en ocasiones se avasallaban entre ellos. La oportunidad de asaltar el refugio vino de improviso cuando dos rateros se enzarzaron en una disputa que acabo en una refriega generalizada. Aprovechando estos hechos, puse mis manos sobre Óliver e hice que su piel se tornase transparente como el viento, para que así pudiera penetrar en la gruta principal. No me hacia sentir muy seguro que un desvalijador de metro y medio anduviera invisible cerca de mis pertenencias, pero confié en que el hábil mediano se centraría en la misión y no le diese por jugar a los ladrones (como ya ha hecho con otros de mis compañeros y seguramente habrá hecho conmigo…). Nos pidió que aguardásemos su llegada, de modo que nos ocultamos lo mejor que pudimos. Las horas pasaron y la inquietud se apodero de nosotros. Bueno, no de todos. Eltman jugaba indiferente a las cartas, por lo que Tamark profería improperios en voz baja. Tras cuatro horas de espera Óliver apareció con un gesto burlón. Creí que el enano lo zarandearía por su tardanza, pero cuando se disponía a reprender al mediano, este sonrió de oreja a oreja. Traía consigo un sello con la marca maldita de los esclavos y la pieza de jade que restaba del colgante, además de un anillo que me prestó para que descubriera si poseía poder mágico. Tras examinarlo me percaté de sus características defensivas, así que se lo entregué a mi colega bardo.
Satisfechos con el hallazgo, nos dispusimos a regresar a Melvont cuando de repente divisamos en la lejanía unos merodeadores aproximarse. Aguardamos apostados entre la espesura para emboscarlos, y tras unos instantes pudimos contemplar claramente al grupo: dos salteadores que arrastraban a una niña humana encadenada. Cuando pasaron cerca saltamos prestos al combate e invoqué un proyectil contra los bandidos. La niña, al verlo, gritó y aunque tuve constancia del éxito de mi salmodia, por algún motivo el conjuro no se manifestó. Mis compañeros los abatieron sin problemas, pero la sospecha hizo mella en mí. La muchacha, de apenas doce años, nos agradeció que la hubiéramos rescatado, y la llevamos con nosotros hasta que decidiésemos que hacer con ella. De vuelta en la ciudad, visitamos a Ublym y tras comentar nuestros logros, narramos las extrañas circunstancias del rescate de la niña. Sin mediar palabra se levantó, fue a la trastienda y volvió con una piedra que brillaba con un fulgor rojizo, depositándola en las manos de la joven. Esta al instante se extinguió como el sol tras el crepúsculo, y de este modo confirmé lo que sospechaba: Una absorbedora arcana, es decir, un ser que se alimenta del poder mágico. Reconozco que me turbé un poco por estar cerca de una mocosa que me podía hacer sombra con su poder, pero pese a todo reconocí en ella una aliada sin parangón. Todos coincidimos en que sería una magnifica idea acogerla y ella aceptó con mucha alegría. Su nombre era Erika, una joven huérfana que iniciaba un sendero de aventuras incierto. La Cofradía crece y nuestras habilidades con ella.
Espero que sean suficientes para sobrevivir a lo que nos espera…
Al llegar examinamos el lugar en busca de posibles pistas que nos permitiesen continuar con la investigación, y sí fue como Sephien encontró lo que andábamos buscando: la carreta de Corwyn. Las ruedas estaban varadas en el barro y se veía como el eje se había partido en dos, pero no parecía haber rastro del forajido. ¿Habría sido atacado también por los bandidos? La respuesta nos llego del mismo barro, en forma de huellas. Según la exploradora, el Melvontés tras el accidente fue acompañado por un grupo de unos seis humanos en una actitud en la que no se reflejaba violencia. Así pues nos limitamos a seguir el rastro que tan generosamente había dejado nuestra presa (me encanta la cacería…). Medio día de marcha después encontramos un gran campamento, claramente el centro neurálgico de los bandidos humanos. Situado en un entorno de cuevas naturales y custodiadas por una alta torre de vigilancia, el lugar era un tráfico constante de personas y mercancías, como si de una gran metrópoli se tratase: Materiales robados en saqueos, procesiones de esclavos y continuos cambios de guardia. Pese al ajetreo y a que todos los “habitantes” parecían ocupados, se percibía una gran tensión en el ambiente. Los bandidos estaban claramente divididos en dos grupos, uno de humanos y otro de orcos. Se miraban, se zaherían y en ocasiones se avasallaban entre ellos. La oportunidad de asaltar el refugio vino de improviso cuando dos rateros se enzarzaron en una disputa que acabo en una refriega generalizada. Aprovechando estos hechos, puse mis manos sobre Óliver e hice que su piel se tornase transparente como el viento, para que así pudiera penetrar en la gruta principal. No me hacia sentir muy seguro que un desvalijador de metro y medio anduviera invisible cerca de mis pertenencias, pero confié en que el hábil mediano se centraría en la misión y no le diese por jugar a los ladrones (como ya ha hecho con otros de mis compañeros y seguramente habrá hecho conmigo…). Nos pidió que aguardásemos su llegada, de modo que nos ocultamos lo mejor que pudimos. Las horas pasaron y la inquietud se apodero de nosotros. Bueno, no de todos. Eltman jugaba indiferente a las cartas, por lo que Tamark profería improperios en voz baja. Tras cuatro horas de espera Óliver apareció con un gesto burlón. Creí que el enano lo zarandearía por su tardanza, pero cuando se disponía a reprender al mediano, este sonrió de oreja a oreja. Traía consigo un sello con la marca maldita de los esclavos y la pieza de jade que restaba del colgante, además de un anillo que me prestó para que descubriera si poseía poder mágico. Tras examinarlo me percaté de sus características defensivas, así que se lo entregué a mi colega bardo.
Satisfechos con el hallazgo, nos dispusimos a regresar a Melvont cuando de repente divisamos en la lejanía unos merodeadores aproximarse. Aguardamos apostados entre la espesura para emboscarlos, y tras unos instantes pudimos contemplar claramente al grupo: dos salteadores que arrastraban a una niña humana encadenada. Cuando pasaron cerca saltamos prestos al combate e invoqué un proyectil contra los bandidos. La niña, al verlo, gritó y aunque tuve constancia del éxito de mi salmodia, por algún motivo el conjuro no se manifestó. Mis compañeros los abatieron sin problemas, pero la sospecha hizo mella en mí. La muchacha, de apenas doce años, nos agradeció que la hubiéramos rescatado, y la llevamos con nosotros hasta que decidiésemos que hacer con ella. De vuelta en la ciudad, visitamos a Ublym y tras comentar nuestros logros, narramos las extrañas circunstancias del rescate de la niña. Sin mediar palabra se levantó, fue a la trastienda y volvió con una piedra que brillaba con un fulgor rojizo, depositándola en las manos de la joven. Esta al instante se extinguió como el sol tras el crepúsculo, y de este modo confirmé lo que sospechaba: Una absorbedora arcana, es decir, un ser que se alimenta del poder mágico. Reconozco que me turbé un poco por estar cerca de una mocosa que me podía hacer sombra con su poder, pero pese a todo reconocí en ella una aliada sin parangón. Todos coincidimos en que sería una magnifica idea acogerla y ella aceptó con mucha alegría. Su nombre era Erika, una joven huérfana que iniciaba un sendero de aventuras incierto. La Cofradía crece y nuestras habilidades con ella.
Espero que sean suficientes para sobrevivir a lo que nos espera…